jueves, 30 de marzo de 2017

La espuma de las horas

Octavio Paz. Foto: Manuel Álvarez Bravo.

La espuma de las horas: Marie José Paz

La vocación comienza con un llamado. Es un despertar de facultades y disposiciones que dormían adentro de nosotros, y que, convocadas por una voz que viene de no sabemos dónde, despiertan y nos revelan una parte de nuestra intimidad. Al descubrir nuestra vocación nos descubrimos a nosotros mismos. Es un segundo nacimiento. Por esto muchos artistas cambian el nombre que les dieron sus padres por otro, el de su vocación. El nuevo nombre es una señal, mejor dicho, una contraseña que les abre el camino hacia una región oculta de su persona. Vocación viene de vocatio: llamamiento; a su vez, vocatio es un derivado de vox. La palabra designó al principio, dice el Diccionario de Autoridades, «a la inspiración con que Dios llama a un estado de perfección, especialmente al de religión». Dios tiene distintas maneras de llamar y, como refiere la Biblia, muchas son mudas; señales silenciosas, signos que debemos descifrar.
Aunque el significado religioso de vocación se ha extendido a otros campos, sobre todo a los del arte y pensamiento, la palabra designa, en todos los casos, a dos actos correlativos: el llamado y la respuesta. ¿Quién o qué nos llama? No lo sabemos a ciencia cierta; es un agente exterior, una fuerza, un hecho en apariencia insignificante pero cargado de sentido, una palabra oída al azar, qué se yo; no obstante, aunque viene de fuera, se confunde con nosotros mismos. La vocación es el llamado que un día, señalado entre todos, nos hacemos y al que no tenemos más remedio que responder, si queremos realmente ser. El llamado nos obliga a salir de nosotros mismos. La vocación es un puente que nos lleva a otros mundos que son nuestro verdadero mundo.

Al paso (1992)
Octavio Paz

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